Crónica de una mañana cervantista
La mañana de un sol de cinco de noviembre. Ni frío ni calor y Sevilla, ya era la Puerta de Jerez. Mirada tibia, alcanzada por la azulosa bóveda del cielo que lo mira todo desde arriba. Pero el mirar, que es sólo un espejismo de las cosas, disimula distancias, realidad y cosmos. Una leve explicación para cumplir con los objetivos: acercar las huellas de Cervantes dispersas por la ciudad, al conocimiento del conjunto de Alumnos del I. María Moliner. Excursión organizada por dicho Instituto y la Asociación de Cervantistas de Sevilla.
Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!, nos dirá Rubén Darío. Y de pronto, se anuncia que el camino hay que hacerlo, aunque ya lo hayan hecho otros y que es el momento de empezar, diciendo: caminante no hay camino, se hace camino al andar. Y con mirada pronta, que mira de soslayo, pensando quizás un acertijo entre serias sonrisas y otras, que no dibujan su figura, empezamos a andar, sin dilatar el tiempo ni la mirada esquiva, por el largo paseo programado hacia la ancha avenida, que fue parte de las Reales Alcazabas, y hacemos la primera parada junto al arquillo que fue entrada del Alcázar, antes de que Dios perdiera el mechero para dar luz a esta ciudad, transformada, tal vez, miles de veces.
Y se muestra el primer azulejo cervantino que visitan los ojos abrileños y alegres, leyendo: el príncipe de los ingenios españoles, Miguel de Cervantes Saavedra… (Y leemos un soneto de autoría propia: Éranse tal Rincón y tal Cortado); mas explica Rafael Raya, motivos que dan a lugar los azulejos esparcidos por la ciudad, recuerdos, memoriales, objetivos, propósitos y sombras. Todo ese pillaje de tiempo que acaparan las circunstancias literarias de los siglos, que son memoria y pasos incinerados por la costumbre del olvido.
Todo está hecho. Sólo queda saber que otros lo hicieron, quizás, para nosotros y nuestro patrimonio. La mañana es austera y corto el tiempo que tenemos para hablar de lo que a veces es inaccesible. La juventud nos mira, nos escucha y llegamos al fin de lo propuesto: hacer que se sienta algo más por lo nuestro, legado que eliminan las prisas. Yo quisiera más cosas, quizás, esa mirada que es tesoro de la eterna juventud, la que ese día miraba el infinito de las calles del tiempo, sin que el sol nos quemara, porque quería platicar con la Giralda.
Y el astro del mediodía nos alcanza ya próximos al fin. Se acaba la excursión. Es calle Sierpes, y se hace lectura de la leyenda negra en que desaparecen los niños de la antigua calle Espaderos, nombre que es sustituido por el nuevo y actual de Sierpes; y después Entre Cárceles y su nimio misterio, como todo, junto al busto de Miguel de Cervantes y la Cárcel Real; donde el autor del Quijote pasó una larga temporada y se cuenta, que fraguó su genial idea, y con ella, puede decirse que engendró la novela moderna. Loado sea Cervantes, por crear la madre de las literaturas. No hacerme mucho caso, pero por todo esto, me gustaría repetir de nuevo la aventura.
Ramón González Medina
En Sevilla, 7 de noviembre de 2024